Amado Ramy:
Te escribo estas letras desde el sufrimiento de mi condena. Hoy he podido robarle al tiempo de mi desdicha estos momentos de desahogo. Cuando he leído tu misiva, mi corazón malherido ha exhalado un suspiro melancólico recordándome cuánto te añoro. Yo también te echo de menos, mi querido Ramy, pero desde esta prisión en la que vivo y muero cada día, tu recuerdo es un bálsamo que alivia mis heridas.
Cierro los ojos para clavar mi mirada en la tuya y elevarme hasta los cielos donde me hiciste tuya aquella última noche de velas, música y cuerpos que se funden en uno solo.
En estos instantes, robados furtivamente con el único propósito de reencontrarme contigo en el recuerdo, siento que mi cuerpo se estremece cuando tus manos recorrían cada centímetro de mi piel. Cuando tu boca se perdía entre mis pliegues empapados por el deseo urgente de sentir tu lengua sobre mi abultado clítoris. Cuando tus besos se mezclaban con los susurros y erizaban cada vello de mi piel. Cuando penetrabas hasta el fondo de mis entrañas haciéndome tuya para siempre.
Querido Ramy, tu recuerdo es el alimento que mantiene viva mi existencia cada día. Y cada noche, soñando con tu presencia, el fuego de la pasión me arrolla como un caballo salvaje y desbocado, sin riendas ni montura. Entonces mis dedos se pierden como tu boca en la frondosidad de mi sexo. Mis gemidos se acentúan haciéndolos tuyos hasta que el clímax llega a su cima y con un grito ahogado pronuncio tu nombre… Ramy, Ramy… mi amado Ramy.
Tuya, siempre tuya, Rayzel.